
Durante los últimos tres años, los políticos y los medios de manipulación de masas han venido sacándose de la manga una serie de etiquetas y descalificativos de lo más variopintos, con el objeto de generar en la población rechazo o inquina hacia quienes disienten (poco, mucho o en su totalidad) del discurso oficial y las medidas políticas en el ámbito sanitario.
Dicho de otra manera: o te tragas todo lo que te cuentan y sales al balcón cada tarde para aplaudirles, o te ponen a caer de un burro. Y lo peor de todo es que buena parte de la población (nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo incluidos) repiten como loros estos descalificativos.
A continuación te muestro algunas de estas joyas lingüísticas:
Negacionista
Ésta es la etiqueta estrella que está en boca de todos y que se aplica contra todo ser humano que disiente con el discurso sanitario. Aunque, últimamente, también se está usando en otros ámbitos, como el calentamiento global o la guerra de Ucrania.
Pero no se trata de un término nuevo. Lo cierto es que ya fue acuñado durante los pasados años 50, para referirse a aquellos individuos que ponían en duda la existencia del llamado Holocausto Nazi o, bien, alguno de los detalles que sobre éste difundía la oficialidad.
Lo que más llama la atención es que, apenas unos pocos años después de aquellos hechos, ya había gente, seres humanos que los habían vivido o presenciado, diciendo “oye, que no fue exactamente así como sucedió”. Si nos intentan engañar con hechos que hemos vivido en tiempo real, ¿qué no harán con la Historia de hace 100, 500 o 2000 años?
Insolidario
Este fue un apelativo que se puso bastante de moda al comienzo del arresto domiciliario general de 2020. Llamaban insolidarios a aquéllos que ponían en duda lo extremo de las medidas represivas tomadas por sus gobiernos o que se replanteaban la propia gravedad de la plandemia.
En un taimado ejercicio de neolengua, tomaban un término ya existente y lo retorcían para darle un significado absolutamente distinto. Solidaridad, desde siempre, se ha definido como apoyo mutuo entre iguales. La solidaridad que, sin embargo, se reclamaba desde gobiernos y medios de manipulación de masas, era acatamiento y obediencia sin rechistar, esgrimiendo el peregrino argumento de que “todos debíamos sacrificarnos para proteger a las personas más vulnerables”.
Crédulo
Esta etiqueta se muestra, por lo general, bajo la fórmula retórica de “se creen todo lo que ven Youtube”, y es usada contra todo aquel que ponga en duda cualquier cosa que salga en prensa o televisión, ya sea en materia sanitaria, política, científica o prácticamente la que sea.
Sin embargo, creo que se trata la acusación más infantil de todas las que nos han dirigido. ¿De verdad vamos a creernos que alguien que se complica la vida hasta el punto de experimentar todo tipo de conflictos con sus personas queridas, sufriendo continuamente mofas e insultos, exponiéndose a multas o penas judiciales lo hace tan sólo porque un buen día se topó con el vídeo de algún descerebrado soltando insensateces, sin razonamientos válidos ni pruebas empíricas?
Más bien es todo lo contrario: cualquier disidencia con el pensamiento hegemónico conlleva enfrentamiento con el entorno, un continuo verte obligado a justificar ante el último mono que lo pide cada una de las palabras que pronuncias. Esto implica tener que formarte continuamente, armarte de argumentos y evidencias y generar un discurso coherente con el que poder hacer frente a la horda de descerebrados que se limitan a repetir las cuatro consignas simplificadas, pero maquiavélicamente ideadas, que en cada momento componen el discurso oficial promovido por los medios. Y esto sólo puede conseguirse mediante un ejercicio continuo de estudio, búsqueda de fuentes fiables, contraste de informaciones y reflexión, mucha reflexión.
Antimascarillas y antivacunas
Éstos han sido dos términos comodín con el que medios, políticos y toda su horda de feligreses han estado durante los últimos tres años acribillando a quienes manifestaban dudas sobre la efectividad de mascarillas y pinchazos o denunciaban su nocividad para la salud.
Con estas etiquetas, el oficialismo ha logrado encorsetar a toda la disidencia sanitaria, sean cuales sean los puntos que generan reticencia en sus integrantes, negando nuestra diversidad de ideas y argumentos y, cómo no, simplificando el discurso oficialista para hacerlo más efectivo y accesible para todo el mundo.
Al mismo tiempo, fortalece dos figuras fundamentales para sus objetivos: las mascarillas, el atrezo principal del teatro plandémico y el mayor símbolo de miedo y obediencia que nos ha venido acompañando durante los últimos tres años, y los pinchazos, el fin último de toda la operación.
Pseudocientífico y magufo
Estos términos han venido siendo menos utilizados por el oficialismo que los de antimascarillas y antivacunas, pero han estado bastante presentes, sobre todo, en las redes sociales.
Por definición un pseudocientífico es alguien que aplica o cree en falsa ciencia. Y lo cierto es que resulta curioso que el oficialismo, sin haber presentado la menor prueba de la existencia del bicho, ni de su relación directa con la enfermedad de moda, tenga el descaro de acusar a alguien de ser contrario a la ciencia.
En cuanto al término magufo, se construye por la combinación de las palabras mago y ufo (ovni en inglés) y viene a definir alguien que se cree “todo tipo de tonterías”. Curioso también que un político o periodista utilice un epíteto como este para, a continuación, predicar todo tipo de pensamientos mágicos del estilo “si me siento en un bar sin mascarilla, estoy protegido, pero, si me levanto, ya no” o, como viene sucediendo últimamente, dar noticias sobre derribos de presuntos ovnis en distintas partes del mundo.
Terraplanista
Aquí otro intento que tuvieron los políticos y medios, al comienzo de la plandemia, de meter en el mismo saco a cualquiera que disintiera del pensamiento único.
Su tesis era que, quienes ponían en duda su discurso sanitario, eran apenas un puñado de terraplanistas. Al ser el terraplanismo un movimiento que, desde tiempos preplandémicos, ya había sido denostado por los mass media, pretendieron que la disidencia sanitaria no era otra cosa que la última locura de “los cuatro descerebrados de siempre”.
Con esto, sin embargo, consiguieron el efecto contrario: que gran parte de la disidencia se interesara por el terraplanismo, al pensar que, si el oficialismo lo atacaba, algo de verdad (o cuanto menos interesante) debía de tener. Así que el movimiento terraplanista creció exponencialmente en los tres años que siguieron (aún continúa creciendo) y el oficialismo decidió dejar a un lado esa etiqueta.
Conspiranoico
Ésta es una de mis etiquetas oficialistas favoritas. En respuesta a ella, grabé en octubre de 2020 el videoclip “Coronavirunoico”, que recientemente repuse en mis canales de TikTok y Youtube.
El término conspiranoico viene a ser una conjunción de las palabras conspiración y paranoico, con lo cual es claramente peyorativo. No sólo por comparar a la disidencia con locos, sino por hacer ver que nos creemos que todos los males del mundo se fraguan en reuniones clandestinas de poderosos en despachos oscuros y siniestros.
En mi opinión, las cosas no funcionan así. Tengo el convencimiento, sí, de que la mayor parte de males y engaños que nos sobrevienen a nivel mundial son diseñados desde altas instancias (muy por encima de los gobiernos o de los grandes millonarios que todos conocemos). Sin embargo, no creo que haya reuniones secretas. Se trata, más bien de diferentes facciones jerarquizadas (familias, logias, etc.), con sus propios intereses y rivalidades, que en ocasiones se reúnen ante los ojos de todo el mundo y alcanzan acuerdos de mínimos para conseguir objetivos comunes.
Pero ésta es tan sólo mi opinión. El punto es que hay tantos aspectos en los cuales todos o casi todos los políticos y medios de desinformación están de acuerdo y actúan de forma coordinada (plandemia, calentamiento hueval, globalismo, carrera espacial, Tratado Antártico, etc.), que lo lógico es pensar que hay una coordinación orquestada por un poder superior.
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