
¡Bueno! Ya pusiste tu papelito en la urna. Ya pasaron los debates apasionados, las grandes esperanzas, las promesas..., toda esa adrenalina que, desde los medios de manipulación de masas, saben tan bien insuflarte para que entres en el ajo de su “fiesta de la democracia”.
Muy bien, pero ¿y ahora qué? Todo lo que sube baja, ¿verdad? Y al subidón de las elecciones le sigue ahora ese bajón que no sabes muy bien explicar: en parte por agotamiento mental (uno no puede estar siempre a tope) y en parte por la incertidumbre que ahora toca, de no saber si van a gobernar los colorinchis de tu partido y no estar seguro de las alianzas que tendrá que hacer para ello y de si, estas alianzas, “le permitirán cumplir con su programa electoral”.
Su programa, sí, ese que seguramente nunca te leíste y sobre el cual, a ciencia cierta, no te paraste a reflexionar con respecto a su verdadero significado y las implicaciones que tendría sobre tu vida. Pero, tranquilo, porque no lo iban a seguir de todas formas. ¿O conoces algún partido que, una vez alcanzado el poder, haya cumplido, al menos, con un diez por ciento de sus promesas?
Así que, por lo que parece, durante estas últimas semanas, te has dejado arrastrar por toda esa corriente de falso buenismo, de responsabilidad mal entendida y de pasión ciega y, ahora, estás pagando las consecuencias. Te sientes mal. Y eso se debe a que tu mente se niega a reconocer lo que tu ser más profundo te está diciendo a gritos: que has hecho el gilipollas, que no pintas tanto en este percal como pensabas (o te prometieron) y que, al fin y al cabo, ellos van a terminar haciendo lo que les salga de los huevos.
¡En fin! No te preocupes, que, en el peor de los casos, dentro de cuatro años tendrás una nueva oportunidad de cambiar las cosas. Y esta sí que será la definitiva. Entonces, sí, entrará por fin el gobierno del cambio.
Mientras tanto, no olvides administrarte tus dosis religiosamente y enchufarte al televisor tan pronto como llegues a casa del trabajo.
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