¿Sabes qué es la obsolescencia?

Publicado el 20 de septiembre de 2023, 19:02

Se trata de una cualidad habitual en la mayoría de los objetos presentes en nuestra vida, sobre todo en los aparatos eléctricos y mecánicos, pero también en otros, como la ropa, los muebles o el menaje de nuestros hogares. La obsolescencia supone que, al cabo de un tiempo determinado de vida del objeto en cuestión, éste queda obsoleto, es decir inadecuado para llevar a cabo su función o, directamente, inservible.

Repito: la obsolescencia es una cualidad habitual en la mayoría de los objetos presentes en nuestra vida. ¿Crees que esto es por casualidad? ¿Por fallos en el diseño o la fabricación? Te lo compraría si la obsolescencia sólo se diera en unos cuantos modelos o marcas. Pero no es así. Se trata de algo tan habitual que todos vemos perfectamente normal tener que comprarnos calzado nuevo cada 6 o 10 meses o que cambiar de nevera cada 4 o 5 años.

Como reza el dicho: “una vez es un hecho aislado, dos es una casualidad y tres es, sin lugar a dudas, un patrón”.

Y es que, la obsolescencia es, en realidad, una estrategia comercial que lleva utilizándose por los grandes industriales, cada vez en mayor grado, desde principios del siglo XX. ¿Sabéis quién fue Thomas Edison? Sí, ese personaje al cual se atribuye la invención de la bombilla. Y aunque esto no es del todo cierto, él no fue precisamente el inventor, sí fue quien la comercializó a gran escala, convirtiéndola en una máquina de hacer dinero.

Al menos, hasta que todos los hogares y edificios de Europa y Norteamérica ya estuvieron provistos de bombillas y las ventas bajaron drásticamente. Y es que se trataba de un artefacto tan bien diseñado que tenía una vida útil prácticamente ilimitada. Y al ver Edison que la gallina de los huevos de oro se le escapaba de las manos, ¿imagináis lo que hizo? Crear un nuevo modelo de bombilla con una duración limitada, exactamente de 1500 horas y hacer llegar los planos a todas sus fábricas, junto con la orden de crear, a partir de entonces, todas las bombillas siguiendo este nuevo esquema.

Era el año 1901 y Edison acababa de inventar la obsolescencia programada, es decir, la cualidad de un objeto para quedarse obsoleto al cabo de un tiempo determinado de uso, sólo porque el fabricante lo ha programado así.

Y de aquellos polvos, estos lodos. A día de hoy, prácticamente todo lo que poseemos tiene un tiempo de vida bastante limitado, a causa de la obsolescencia programada, pero también por la obsolescencia percibida. No, no me lo estoy inventando. Hay más tipos de obsolescencia. Y ésta en particular, la obsolescencia percibida, es culpable de que nos deshagamos, si cabe, de más objetos que la obsolescencia programada.

¿Y qué hay de diferencia en este nuevo tipo de obsolescencia? Bueno, la obsolescencia percibida también hace que los objetos se queden obsoletos, pero no porque se estropeen, sino porque nosotros directamente decidimos que ya no sirven. Sí, esta vez buena parte de la culpa la tenemos nosotros, que, cuando sale un modelo más avanzado (como sucede con los teléfonos móviles o las videoconsolas) o cuando directamente un pantalón o abrigo ha pasado de moda, nos deshacemos de él y vamos corriendo a comprar el ansiado último modelo, sin el cual ya somos incapaces de vivir, tal y como se ha encargado de convencernos la televisión y los influencers de Internet.

Pero aparte de la obsolescencia programada y la obsolescencia percibida, yo añadiría otro tipo de obsolescencia (esta ya es de mi cosecha): la obsolescencia legislada. Se trata de la cualidad de un objeto de quedarse obsoleto, no por deterioro, ni por el avance de las modas, sino porque la legislación, sencillamente, no te permite seguir utilizándolo. Te pondré un ejemplo bastante representativo de los tiempos que hoy vivimos: los vehículos con motor de combustión interna. Quienes no quieren pasar por el aro de comprar un vehículo eléctrico (o quienes directamente no pueden permitírselo, que es lo más habitual), encuentran cada vez más obstáculos para circular por las ciudades. Y dentro de poco, no tendrán más remedio que llevar sus coches al desguace y plantearse otras formas de desplazarse de un lugar a otro.

Y todo esto sucede porque nosotros lo permitimos. Hemos entrado de lleno en el juego del consumo desmesurado y nos sentimos cómodos en nuestro papel. Así que, ¡nada!, a seguir disfrutando de esta estafa que, como sucede con el caso de los coches, cada vez nos roba más libertades y capacidad de maniobra.

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