El valor de la conversación

Publicado el 11 de octubre de 2023, 14:08

Hace años, cuando cursaba bachillerato, tuve un profesor que, durante una clase, dijo algo que, por algún motivo, se me quedó grabado a fuego en la cabeza. Aseveró que, aunque uno puede aprender bastante de los libros, una conversación con la persona indicada puede resultar más enriquecedora que leer toda una pila de libros.

Y, con el tiempo, no me quedó más remedio que darle la razón. Los libros pueden transmitirte mucho conocimiento, por supuesto. Incluso puede que encuentres en ellos alguna que otra chispa de sabiduría. Pero jamás alcanzarán con sus lectores el nivel de conexión mental y espiritual que puede darse entre dos seres humanos realmente dispuestos a compartir y aprender el uno del otro.

¿El problema aquí cuál es? Pues que ese tipo de conexiones entre individuos raramente se producen. La exacerbación del ego, la competitividad desmedida y el infantilismo negativo promovidos entre la población por las instituciones estatales y los medios de comunicación de masas lo hacen prácticamente imposible. Cuando dos personas se comunican, casi siempre se produce de manera más o menos visible, una especie de pulso retórico, durante el cual ambas partes pugnan por resultar más elocuentes y por hacer prevalecer sus ideas y argumentos por encima de los del otro. Por tener en razón en definitiva.

Eso siempre y cuando una de las partes no se encuentre situada en una posición de poder con respecto a la otra, bien porque sea su maestro, su padre, su jefe o, sencillamente, uno de tantos "expertos" como hoy pululan por las televisiones sentando cátedra sobre cualquier tema que a uno se le pueda ocurrir. En ese caso, aquél que se autopercibe "por debajo" del otro suele aceptar sin el menor criterio cualquier "verdad" que se le ponga delante, convirtiéndose, sin saberlo, en víctima de una falacia de autoridad.

En definitiva, mi punto es que quizá, y sólo quizá, la próxima vez que participes en una conversación, podrías dejar de lado tu ego, abrir bien los oídos, la mente y el corazón, y escuchar lo que el otro desea contarte, sin interrumpir, ni pretender corregirle en aquellos puntos que contradigan tus propias creencias. Sólo respira y escucha. Ya habrá tiempo más adelante para intercambiar impresiones.

Hazlo así y tal vez te sorprendas con los caminos de descubrimiento y aprendizaje que se abrirán ante ti. Porque si sé seguro es que, incluso el ser que pueda antojárseme más atolondrado, ingenuo o poco experimentado, conoce o sabe algo que yo no sé, y ese conocimiento o sabiduría podría enriquecer en mayor o menor medida mi experiencia en este plano de existencia.

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