Educar en libertad

Publicado el 16 de octubre de 2023, 13:53

Soy consciente de que muchas personas de mi entorno albergan dudas sobre la forma que tengo de educar a mis hijos. Son varios los aspectos que ponen en tela de juicio, pero creo que la crítica que con mayor frecuencia he recibido es que soy demasiado permisivo con ellos, que les consiento demasiado y que, en ocasiones, incluso, dejo que me falten el respeto.

Sin embargo, yo creo estar haciéndolo bien. Si no bien, sí, al menos, lo mejor que sé. Soy consciente de la soltura con la cual están creciendo y madurando. Y os aseguro que esta soltura no es consecuencia de dejadez ni de debilidad por mi parte, sino de una decisión que tomé hará unos diez años, tras haber pasado algún tiempo madurando en mi cabeza la reflexión que hoy quiero compartir con vosotros.

¿Qué es preferible? ¿Educar a los niños en la obediencia o educarlos en la responsabilidad? O dicho de otro modo, ¿qué ser humano os parece mejor preparado para afrontar los avatares que la vida nos va poniendo delante, para cuidar de sí mismo y de los suyos? ¿Un ser humano obediente o un ser humano responsable?

Entendamos por un ser humano obediente aquél que depende de que se le impartan instrucciones o se le dé permiso para llevar a cabo acciones, más o menos complejas, y que confía en la capacidad y la buena fe de quien las imparte, situándose, por ende, a sí mismo en un nivel inferior y autopercibiéndose como alguien que, sin duda, lo haría peor, de encontrarse él mismo con la misma responsabilidad que su superior.

Y entendamos por un ser humano responsable aquél con iniciativa para tomar sus propias decisiones, actuar en consecuencia y asumir la responsabilidad de sus errores, considerándose a sí mismo un ser completo, capaz de cuidarse él y de cuidar de los suyos.

Dicho esto, voy a repetir la pregunta que hice antes. ¿Qué es preferible? ¿Educar a los niños en la obediencia o educarlos en la responsabilidad? Creo que, a estas alturas, la pregunta se responde por sí sola. Y si tu respuesta es “hombre, los niños tienen que obedecer a sus mayores”, seguido de alguna justificación relacionada con su seguridad, su aprendizaje o, sencillamente, “porque en eso consiste la educación”, te invito a cerrar la pestaña del navegador y pasar a otra cosa más acorde con tu forma de pensar. Pero antes te diré algo: el sistema nos quiere así, obedientes, dependientes de alguien que nos diga en todo momento lo que podemos o no podemos hacer, ingenuamente confiados en nuestros “superiores” e incapaces de tomar las riendas de nuestras vidas.

Y para quienes piensen que es preferible educar a los niños en la responsabilidad (o se lo estén planteando al menos), ahí va otra pregunta: ¿cómo conseguir que nuestros niños se conviertan en adultos responsables, en personas enteras y capaces, con iniciativa y criterio propio? Yo solamente conozco una respuesta a esta pregunta: desde la libertad.

Tan sólo permitiendo que el niño sea lo más libre posible (velando, eso sí, por su seguridad y haciendo hincapié en que no provoquen molestias o perjuicios a las personas que nos rodean), éste dispondrá de espacio suficiente para desarrollar su iniciativa y su capacidad de decisión, así como para asumir las consecuencias de sus propios actos. De lo contrario, lo estaremos convirtiendo, en mayor o menor medida, en un animalillo bien amaestrado, que obedece presto a todas nuestras instrucciones.

“Vale”, diréis, “todo esto suena muy bonito cuando lo cuentas, pero ¿cómo dar libertad a un niño sin que se te suba a la chepa o acabe convirtiéndose en un engendro malcriado y repelente a quien nadie quiera acercarse?”. De nuevo, sólo conozco una respuesta a esta pregunta: desde el diálogo.

Mi punto está en evitar, tanto los castigos, cuando pienso que ha obrado mal, como los premios, cuando pienso que lo ha hecho bien. Y, por supuesto, en evitar también cualquier tipo de coacción, amenaza o chantaje emocional por mi parte. Considero importante hablarles de igual a igual, sin parapetarme en ninguna posición de poder. Cuando creo que se ha equivocado, se lo hago saber y le explico lo que puede suceder, tanto lo bueno, como lo malo, si sigue por ese camino. Y si algo de lo que hizo me ha molestado, le describo cómo me siento e intento que se ponga en mi lugar. Y, por supuesto, no hay que dejar de hacerle notar sus aciertos y logros, pero sin exagerar, ni sobreactuar. Ese refuerzo también es importante.

Aunque, por encima de todo, debemos escucharlo y dejar que nos cuente cómo se siente y qué le ha motiva a actuar de una manera o de otra.

Diálogo constante, sincero y de igual a igual. Es tan sencillo como eso. Y, sí, algunas veces resultará más difícil que otras, sobre todo cuando veamos que se está equivocando con alguna decisión que ha tomado o, incluso, cuando tantee hasta dónde puede llegar con nosotros y nos falte el respeto. Pero, desde la paciencia y, sobre todo, dejando a un lado el propio ego, no tardaréis en ver los primeros resultados. Y, lo mejor de todo, vuestros hijos harán gala con los años de un nivel de madurez y claridad mental que os dejará maravillados.

Para concluir, sólo me queda pediros una cosa: confiad en ellos y en la sabiduría y el sentido común que los niños traen consigo al nacer. Y tened en cuenta, además, que, a veces, los equivocados podemos ser nosotros y no ellos.

Los niños, sobre todo los más pequeños, son portadores de la esencia pura de lo que es un ser humano. De ellos, podemos reaprender muchas cosas que el tiempo y una mal entendida educación nos hicieron olvidar hace mucho tiempo.

¿Queréis ser vosotros los responsables de que las olviden ellos también?

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