Los niños no se tocan

Publicado el 7 de diciembre de 2023, 14:08

Hasta donde nos habéis contado, todos los regímenes políticos de la Historia, por muy despóticos y crueles que pudieran ser, tuvieron clara una cosa muy sencilla: los niños no se tocan.

Parece mentira que, a estas alturas de la partida, no sepáis que, si queréis mantener un pueblo bajo vuestro control (mantenerlo bajo control, ¡ojo!, no exterminarlo), podéis someterlo a todo tipo de injusticias y causarle todo tipo de daños (diezmarlo, enfermarlo, dividirlo, robarle, hacerle sufrir hambrunas...), que, siempre y cuando os mováis con la debida prudencia y sepáis hasta dónde podéis llegar, el miedo le hará mantenerse dócil y probablemente no os cause demasiados problemas. Pero, si tocáis a los niños, ahí la cosa cambia por completo.

Si tocáis a los niños, estáis jugando con lo que ese pueblo más aprecia, estáis atentando contra su futuro, estáis robando su ilusión y estáis amenazando su principal motivo de existencia. Si tocáis a los niños, el pueblo, al que todavía puede quedarle alguna migaja de esperanza (y es precisamente esa esperanza la que le hace aguantar todo lo que le echéis), tal vez entienda que ya no le queda nada más que perder. Y lo que, hasta entonces, habrá sido un rebaño de ovejas dóciles y temerosas, puede que se convierta en una manada de leones acorralados, que irán a por todas para proteger lo poco que les queda.

Ya es grave que lavéis el cerebro día y noche a nuestros hijos, que nos obliguéis, bajo amenaza de arrebatárnoslos, a llevarlos a esos centros de domesticación y adoctrinamiento que llamáis escuelas, que les hagáis memorizar y repetir como loros vuestros dogmas engañosos y malintencionados, que los sumerjáis en el materialismo más absoluto, en la competitividad y en la obediencia, que les alejéis de cualquier cosa que se parezca al pensamiento crítico, que les hagáis renegar de la verdadera esencia humana y que les llevéis a dudar incluso de su propia masculinidad o femineidad. Más grave aún es que nos los enferméis irradiándolos día y noche y corrompiendo al aire que respiran, el agua que beben y los alimentos que consumen. Más grave. que los medicamentos que, se supone, sirven para sanarlos, los intoxiquen aún más y provoquen en ellos todo tipo de enfermedades crónicas y autoinmunes y que, durante su infancia, les inyectéis más de una veintena de sueros, que, decís, es para mantenerlos sanos, pero que tienen justo el efecto contrario: convertirlos en criaturas débiles y enfermizas.

Todo eso es grave, sí, pero cuando coaccionáis a los padres para que inyecten a sus pequeños uno de esos sueros, que está demostrando ser peor todavía, al haberse llevado por delante millones de vidas en los últimos tres años, ahí ya saltan todas las alarmas. Y, si, con eso, las ovejas no se han convertido aún en leones, os aseguro que, como finalmente cumpláis con vuestra amenaza de hacer obligatoria la inoculación de ese o de cualquier otro suero, a muchos no nos quedará más remedio que plantaros cara con todo lo que tengamos. Porque, si luchamos y caemos, es bastante posible que finalmente hagáis enfermar o incluso asesinéis a nuestros hijos. Pero, si no luchamos, eso sucederá de todos modos y, entonces, no podremos volver a mirarnos al espejo nunca más.

Si nos ponéis contra la espada y la pared, de seguro que arremeteremos contra la espada. Porque, al menos así, tendremos alguna posibilidad de proteger de vuestra aberrante maldad lo que más queremos en este mundo, nuestra primera ý última razón de ser.

Podéis daros por avisados.

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