Manifiesta tu verdadero ser

Publicado el 16 de enero de 2024, 18:37

¿Te has parado a pensar alguna vez hasta qué punto tú eres tú? Tu comportamiento, tus hábitos, tu forma de hablar, incluso tus pensamientos, ¿son manifestaciones de tu verdadero ser o, por el contrario, un personaje creado para adaptarte al mundo que te rodea?

Mirando a un niño muy pequeño, puede percibirse en él la verdadera naturaleza humana: esa presencia absoluta, esa voluntad tan potente, su curiosidad, su continua capacidad de asombro, su afán por mantenerse alegre, su emocionalidad siempre a flor de piel y, sobre todo, su amor, ese amor que impregna cada uno de sus actos, palabras y miradas.

Si te soy sincero, suelo sentirme mucho más a gusto en compañía de niños que de adultos. Los niños me parecen seres sabios y auténticos, mientras que, irónicamente, la mayoría de los adultos se me antojan torpes criaturas esforzándose a cada momento por interpretar un personaje que ni ellos mismos comprenden.

Porque, sí, estos niños pequeños que, como dije, son la más pura esencia del ser humano, desde el mismo comienzo de sus existencias se ven condicionados por sus padres y hermanos, primero, y por sus maestros y amigos, más tarde, sufriendo lo que yo definiría como una progresiva e imparable pérdida de autenticidad. O, mejor dicho, su verdadero ser va quedando enterrado poco a poco debajo de un personaje artificial que empiezan a construirse con el objeto de que no les regañen, de que no les castiguen, de que no se burlen de ellos o los critiquen, o sencillamente para agradar a sus seres queridos, a quienes inevitablemente toman como su modelo a imitar, su principal referencia de cómo deben comportarse en este plano a fin de evitar problemas y de que las cosas les vayan más o menos bien.

¿Te ha resonado de alguna manera esto que te acabo de decir? ¿Te ha removido algo por dentro? Si es así, la pregunta que inevitablemente te surgirá es la misma con la cual he comenzado este artículo: “¿hasta qué punto tú eres tú?” O llevemos la pregunta un poco más allá: ¿qué partes de ti son las auténticas y cuáles son impostadas, simples piezas de ese personaje que te has ido construyendo en el transcurso de tu existencia?

¿Te gustaría saberlo? Pues siento decepcionarte, porque yo no tengo la respuesta. Sencillamente, porque no existe una única respuesta para esta cuestión. Cada ser humano ha tenido su propio proceso vital y se ha calzado sus propias máscaras. Pero lo que sí puedo hacer es darte un par de consejos.

El primero es que te tomes tu tiempo cada día para estar a solas contigo mismo. Siéntate en un lugar tranquilo, solitario, cierra los ojos y disfruta de tu propia compañía. Y, en esa soledad, permítete ser tú mismo. Habla contigo con total sinceridad y ve descubriendo poco a poco quién eres verdaderamente. Ve conociéndote como si fueras alguien que acaba de entrar en tu vida y que te inspira gran curiosidad. Si lo haces, día a día, empezarás a saber quién eres verdaderamente y las máscaras comenzarán a caer por sí solas.

Mi segundo consejo es que, si quieres recuperar tu autenticidad, te rodees tanto tiempo como te sea posible de seres auténticos: de niños pequeños. Ellos tienen la clave. Participa en sus juegos, imagina con ellos y comparte su asombro y curiosidad. Aprende a mirar el mundo a través de tus ojos. O, mejor dicho, reaprende todo eso que tenías olvidado. Y sentirás como, poco a poco, ese cascarón artificioso que te rodea comienza a resquebrajarse, permitiendo que emerja tu verdadero ser.

Y no hace falta que te diga que, la próxima vez que un niño se dirija a ti y te hable, dejes a un lado tu ego y tus ínfulas de persona “adulta y experimentada” y escuches con atención lo que tiene que decirte. Porque si aún queda algo de sabiduría en este plano, ésta tiene por costumbre manifestarse a través de los labios de los más pequeños.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios